Por: josé manuel cuéllar / kiev (ucrania)
Fuente: ABC.ES
Hay partidos que llegan pintados en la cara. Veías el pasillo del
vestuario y los italianos tenían el rostro desencajado, pálido cual
Gioconda pero sin sonrisa. La sonrisa era de Piqué, bromeando con el
árbitro al que hacía sonreír (poco le valió luego por cierto). Los
italianos llevaban la tensión en el rostro y denotaban miedo, miedo
oculto, del que se enfrenta al maestro que quieren imitar. [Narración:
Así hemos contado el partido]
Y salieron. Fue increíble. Una exhibición en veinte minutos de auténtica
magia española. Pocas veces, o ninguna, se vio algo igual. Xavi se
plantó en el medio campo y cogió el encuentro, lo dobló en varias
partes, se lo puso debajo del brazo y se lo llevó a su casa. Nadie más
vio el partido, al menos de los italianos, durante esos veinte minutos
maravillosos. [Estadísticas el partido en números]
Corrían los italianos como posesos, ordenadísimos, pero sufriendo como
perros hambrientos los pobres. Chiellini en la izquierda fue un coladero
tremendo. Arbeloa, advertido de que es un central reconvertido, subió
una y otra vez y lo mató, lo mató a carreras, a pases, a desdobles.
Estaban los italianos con el rostro amoratado, entrando los españoles
por todos lados, con la daga afilada, afiladísima, de punta asesina, en
cada pase interior. Los de Prandelli achicaban agua como podían hasta
que Chiellini reventó, reventó de asfixia, de agobio, de ver el balón y
no tocarlo. Le entró Cesc por ese lado y el central-lateral se rindió,
se cayó derrumbado como un fardo. Fabregas entró hasta la cocina y el
pase de la muerte fue de la muerte pero de verdad. Llegó uno de los
enanos, Silva, como podía haber sido cualquiera en ese rondo continuo, y
la clavó de cabeza en la red.
El estadio, rojo rojo hasta la bandera, estalló de júbilo, no se sabe si
por el gol o por el fútbol realizado. Probablemente por lo último
porque todo era de tal belleza que en las gradas se veían lágrimas de
emoción, de éxtasis. Una gozada. El mejor fútbol nunca visto.
Y se paró. Al menos se frenó. Italia es Italia, regia, orgullosa, con
gente de valía, caballeros que mueren de pie. Y Chiellini, roto, se fue
al vestuario. Malo para España. Salió Balzaretti, que es un lateral de
verdad, no un remiendo o un parche. Italia, claro, dejo de caer con las
botas puestas, y se adelantó con todo, con el recién incorporado
subiendo tanto que apoyaba a la medular y equilibraba ese roto que los
españoles estaban haciendo con unas tijeras de poder árboles.
Se puso a prueba entonces la otra virtud de España: la defensiva. Y
Casillas, que no es Buffon, por mucho que los listos que se creen que
han inventado esto se lo crean. Casillas hace milagros. Buffon no. Todo
lo que creó Italia, a fuerza de rabia y destellos de talento, lo anuló
la buena zaga española y si no Casillas, que lo rebotó todo, como si
fuera un frontón. Aparecía Cassano, pero no Balotelli, que parecía un
fantasma haciendo amagos sin mover un centímetro a nadie. Brindis al
sol.
Ese ligero acoso duró poco tiempo. Dos contras rojas volvieron a meter
el miedo en el cuerpo italiano. Un metro atrás y el balón ya era español
otra vez. En cuanto Xavi entró de nuevo en el carrusell, la soga apretó
de nuevo el castigadísimo cuello azurro. Al borde del descanso, el
cerebro español condujo el balón en la frontal italiana, hizo una pausa y
a su lado pasó como una centella Jordi Alba, que es un meteoro en
acción. Sobrepasó a la zaga italiana y en el momento justo Xavi se la
puso de cine, justito al espacio para que llegara y reventara a Buffon y
a toda Italia.
Todo a favor
La defunción italiana la aplazó un árbitro cagón e inepto, que se tragó
unas manos de Bonucci clarísimas. A España le dio igual. Siguió a lo
suyo. Di Natale había salido por Cassano, dando cancha y mordiente a una
Italia que no se rendía nunca. Pegaba Italia con todo, pero no podía
con Casillas y en cada contra Xavi les mataba en cada jugada, amenazando
con liquidar el partido.
Hubo arreones de la azurra, pero no tenían la magia ni la determinación
del rival. Iban poniendo el alma y la vida en cada ataque, valientes
porque cada llegada arriba era una amenaza en su espalda, a punto de
quebrarse por completo. Todo se puso negro, negro para Prandelli cuando
Motta se rompió, por completo. El isquio se quebró en mil pedazos y los
italianos habían hecho los tres cambios en busca de un milagro que cada
vez era más y más lejano. Italia se quedaba con diez, pero seguía
atacando, buscando algo que le diera oxígeno.
Si con once a los italianos les costaba un horror avanzar, con diez ya
apenas tuvieron opción. España se arremangó para coger el balón y
tocarlo setecientas veces, haciendo un rondo continuo que hacía que los
italianos echaran los pulmones por la boca, totalmente derrengados,
persiguiendo sombras, y en un momento dado, zas, pase al hueco y fin de
la historia. Había salido Pedro y aquello olía a victoria de lujo.
El final, como todo el partido en sí, fue una respuesta contundente a
los que acusan a España de aburridos. Aburridos ellos porque la
exhibición de los de Del Bosque fue de tal lujo que quedará grabado en
la memoria de todos. Xavi coronó su excelsa actuación con un pase de gol
formidable para que Torres pusiese un broche de oro al partido.
En el final, la conexión inglesa destrozó a los italianos, que ya no
quisieron más. España logra el trébol, algo que ninguna selección
consiguió nunca jamás. Hasta este día histórico.